Lee mi cuento.

Aquí puedes leer mis cuentos, disfrutarlos y opinar sibre ellos.

Del libro Once Relatos...

YO CAIN.


Sutilmente le vi cruzar la calle y doblar la esquina. Al principio no lo conocí; estaba oscuro. Pero después me di cuenta que era él porque cojeaba. Entonces los recuerdos retumbaron como campanazos en mi cabeza y un sabor viscoso y amargo se apoderó de mi boca y luego bajaba caliente y ácido por todo mi esófago y producía náuseas y una descompensación total del cuerpo.
Si. El hombre cojeaba porque hace dos años, una tarde moribunda en que la enervante brisa del mar tocó a mi puerta, decidí matarlo. Le busqué por el pueblo hasta que se hizo de noche. Lo encontré perdiéndose por el camino que sube a la montaña y protegido por el manto nocturno le metí un tiro en la pierna derecha. La bala le atravesó el fémur y se lo astilló en mil pedazos. Supe después que en complicada operación le reemplazaron el destruido hueso por uno de platino y quedó cojeando. Pienso que la baja temperatura de anoche colaboraba con el dolor que producía el enfriamiento del metal en su organismo.
Aquella noche en que le disparé no recuerdo por donde apareció la policía. Comenzaron a dispararme. Yo salté por un barranco...ellos pensaron que me había caído al abismo y prefirieron llevarlo al hospital que seguirme persiguiendo.

Sobreviví aferrado a unas ramas...casi con las uñas.

No volví a saber de él. Solo hasta ayer supe por boca de un fulano, que andaba por acá. Recibí la llamada en mi habitación, sentí de nuevo que la brisa marina rondaba mi puerta, suprimía mis espacios y me sugería de nuevo acatar la orden dada. Esta vez no sería por mi iniciativa sino por la de ellos.
Me incorporé como pude y sentado al borde de mi cama intenté con los pies buscar mis pantuflas, pero no conseguí encontrarlas. Entonces me puse de pie y caminé descalzo hasta el baño. Entré al pequeño recinto y al mirarme al espejo, hice esfuerzos por hallarme algún parecido con él, pero no fue posible; eso me dio ánimo. Oriné y sentí dolor, mucho dolor. Me vestí de nuevo y al salir a la sala tome mi revólver y lo puse sobre la mesa; lo engrasé y lo brillé, con tanta paciencia y tal primor, que mi madre me preguntó si lo iba a vender...Le dije que sí; después me fui a buscarlo a esa calle. Yo sabía que allí vendría.
El hombre cuando regresaba, siempre de noche asistía al bar “Confite´s”. En ese lugar conocía a todo el mundo, y todo el mundo lo conocía a él. Era amigo del dueño, los meseros y las puticas. Era su hogar en el pueblo. Por eso yo sabía que pasaría por esa calle.
Cuando lo vi, me sentí sumido en un éxtasis silencioso y confieso el extremo gusto, el magnánimo placer que sentí al verlo caminar como una cucaracha pisoteada.
De nuevo las escenas de mi primer y fallido intento por matarlo comenzaron a rodearme. Empecé a seguirlo calculando sus torpes pasos, despacito sin que me percibiera cercano a él; me inundaron los nervios y el desasosiego. Boqueaba y mi pecho se saturó de suspiros entrecortados, el corazón me palpitaba con potencia...pero finalmente la conjunción de tantos sentimientos convirtió mi temor en un poderoso e invencible monstruo que vibraba de ansiedad y decisión.
Entró al bar y saludó a las putas; lo recibieron emocionadas, yo entré después de él con la cabeza agachada, pero pude ver que algo les daba, algo pequeño que no distinguí, eran como canicas blancas que sacó de una bolsa; seguramente les trajo un presente o algún souvenir de su último viaje.

Esperé a que se sentara, entonces sin quitarme el sombrero ni los lentes, hice lo mismo acomodándome a su espalda, cerca de él en otra mesa. Ni siquiera se percató, pues aún continuaba saludando a los más conocidos a sonoros gritos y besos, elevando una botella de cerveza que le ofrecieron de inmediato, brindando por “rey mundo” y todo el mundo.
Una mujer de aliento cálido y formas turgentes se me acercó y se sentó a mi lado. Le pedí una cerveza y rápidamente me la trajo, después vació el contenido de la botella en un vaso de vidrio barato y se inclinó como si estuviera ofreciéndome las tetas. Quiso seguir a mi lado y yo le dije al oído que solo quería beber un poco de cerveza, que yo era maricón. Ella rió y dándome un golpecito en el hombro me dijo: “que desperdicio”...y se alejó sonriente y meneando su lindo trasero.
Habían transcurrido treinta minutos. Tomarme la cerveza fría y a grandes tragos, me calmó los nervios. Pude pensar tranquilamente y recordar el momento en que el hombre se me escapó hace dos años...sentí de nuevo la brisa del mar, más gélida, al punto de crisparme la dermis y entonces hice rozar mis dedos sobre el contorno de la botella…esta vez no fallaría, era él o los dos, pero alguien tenía que morir.
Las luces danzaban sobre mi rostro cuando alcé mi cabeza. Llovía pues en el vidrio de un ventanal pude ver las gotas platinadas bajando como hilos de esperma. Lentamente saqué el arma del revés de mi chaqueta, el mismo revólver con que había fallado la vez pasada; conté hasta diez, me paré sobre el asiento y la llamé por su nombre: ¡Abel!... Él me miró, y puedo jurar que esbozó una sonrisa macabra. Entonces le descargué uno en la mitad de la frente, cayó de bruces y lo rematé con dos en el suelo.
La gente gritaba, todos se escondían detrás de las mesas y daban vueltas en el suelo...Después un silencio misterioso se apoderó del ambiente. Yo salté y al caer, pisé su sangre y resbalé.
El barman sacó su pistola y comenzó a dispararme, me dio uno en el brazo derecho, yo corrí tan rápido como pude y salí del lugar. Lo último que recuerdo fue que el barman llegó hasta la puerta de la taberna e hizo dos tiros al aire, pero yo doblaba ya la esquina que el hombre cruzó ayer cuando lo vi por primera vez, después de su viaje.
Aquí de nuevo en mi habitación, supe que había muerto. Lo vi en el periódico con sangre por todos lados. En la fotografía se podían distinguir sus rasgos, y por primera vez se me ocurrió que nos parecíamos un poco. Lo anunciaba un titular en primera plana que decía: “Le dieron en la frente en medio de bellas mujeres”.
Mi brazo está bien, gracias a Dios, solo fue un rasguño untado de pólvora; lo lavé con agua oxigenada y listo. El dinero que me dieron por matarlo nos servirá mucho, nuestra madre se sentirá mejor cuando le compre muchas cosas. La consolará el hecho de que su hijo menor le regale cosas que el hijo mayor nunca le dio por mantener fuera de casa, yéndose de viaje a toda hora a lugares lejanos, derrochando su dinero mal habido sin nunca acordarse de ella; por andar vagando por allí con malas mujeres y en resquicios putrefactos de vida bohemia, en tabernas coloridas y fiestas sodomitas.
Ella, nuestra madre, nunca lo sabrá. No tiene porque saberlo...A lo mejor progresamos...Los enemigos de mi hermano me han prometido mas “trabajos”, mas dinero.

FIN